From:FantasyM
Clint Eastwood dirige una obra maestra, que es el término que mejor define a un autor de su categoría. Una gran película para amantes del buen cine.
En medio de la vorágine del 3D, que nos quieren vender como la octava maravilla del mundo, pese a que no acaba de asentarse como el espectáculo definitivo, es de agradecer encontrarse con una oferta de cine adulto, que se presenta como una propuesta cada vez más sólida. Porque no nos engañemos, a los auténticos apasionados del cine con letras grandes, el invento de las gafitas de marras, nos parece más cercano a un videojuego o a la experiencia obtenida en un parque de atracciones. Un envoltorio en definitiva, que con todos mis respetos a sus máximos defensores, no hace sino enmascarar una alarmante ausencia de argumento y estudio de personajes, claves en toda buena historia que se precie.
Afortunadamente todavía hay directores con criterio y sentido común, capaces de mostrar un buen espectáculo con tintes reflexivos, véase el caso de Christopher Nolan y su Origen; y directores como el que nos ocupa, el señor Eastwood, que es capaz de dar sopas con ondas a los cineastas modernos, mostrando un buen pulso a la hora de presentarnos un argumento a priori difícil, y que sin embargo nos recuerda al mejor cine clásico.
Más allá de la vida, nos cuenta la historia de tres personas muy diferentes, con un nexo en común, su experiencia con la parca. Es cierto que la dama de la guadaña es un elemento propio de nuestro acervo popular. No en vano en la Edad Media, en medio de los estragos de la peste negra, los europeos practicaban las danzas macabras como recurso para igualar a las clases sociales. Esta idea completada con el Carpe diem y el Ars moriendi o libro del buen morir, continuó desde entonces como una constante en la mayor parte de las épocas. Un recuerdo de la mortalidad y fugacidad mundanas.
En el cine han sido diversas las interpretaciones sobre el tema, siempre desde una óptica más bien fabuladora, en la mayor parte de los casos rayando en la ñoñez más insoportable. Personalmente considero que la mejor interpretación sobre el tema, nos la proporcionó el maestro Ingmar Bergman con El Séptimo sello (1957), donde el destino de la humanidad se sometía a una partida de ajedrez.
La propuesta de Eastwood, es la de ofrecer una reflexión sobre un tema incómodo, del que todo el mundo es consciente, pero nadie quiere hablar, construido bajos unos mimbres que lo alejan de la estridencia del cine americano más comercial, para acercarlo al intimismo del cine europeo. De esta manera es de agradecer que el director se tome su tiempo para presentar a los personajes y escenarios donde transcurren cada una de las historias. En principio desarrollándose de forma independiente aunque paralelas en el tiempo, para en la segunda parte del metraje acabar uniéndose. Consiguiendo así la meta que Eastwood se había trazado desde el principio, la muerte no es sino el punto de partida para contar una historia que supone un canto a la vida.
En el plano de los actores, aunque puede considerarse una historia coral, sin embargo, las claves las encontramos en la periodista francesa Marie (Cécile de France) superviviente del tsunami que arrasó gran parte de Indonesia en diciembre de 2004; y el niño Marcus (Frankie McLaren) que acaba de perder a su hermano gemelo James (George McLaren). Ellos dos son el motor principal del film, en su deseo de buscar una explicación o por lo menos respuestas que den sentido a su vida, y les permita reanudarla desde el momento que tan traumáticas experiencias les quedó en stand-by. El interruptor será George Lonegan (Matt Damon) un parapsicólogo reconvertido en obrero industrial, cuyo encuentro con los personajes anteriormente mencionados, se convertirá en tabla de salvación de todos ellos y sobre todo de redención consigo mismo y con la vida.
Otra de las claves que se pueden destacar, es la crítica mordaz que Eastwood utiliza al ofrecer todas y cada uno de las versiones que intentan clarificar la experiencia con la muerte. Sirviéndose del punto de vista inocente de un niño, se ensaña con inteligencia contra las prácticas sin escrúpulos tanto de los supuestos videntes, como de la propia iglesia, memorable la secuencia de los funerales express. Ofrece por tanto una visión ácida del asunto, no exento de cierto humor negro, toque presente en su filmografía, y que se echaba en falta en su anterior trabajo, Invictus, complaciente semblanza de Nelson Mandela.
Por otra parte no deben olvidarse otros elementos que aunque sutiles, juegan un papel esencial en la trama. La relación con Charles Dickens, cuyos relatos George escucha cada noche con la voz del actor británico Derek Jacobi (inolvidable Yo Claudio). Recurso que utiliza el parapsicólogo para intentar evadirse de la maldición que le atormenta y que a la postre le permitirá reanudar su contacto con la vida. El oportunismo de la gente para con el don de Lonegan, observado en el hermano de éste que no desaprovecha la ocasión para hacer negocio, y la compañera del curso de cocina (Bryce Dallas Howard), ejemplo de que la curiosidad no siempre es buena consejera. Sin dejarnos en el tintero la referencia al cine espectacular, las secuencias del metro londinense y como no el comienzo de la cinta mostrando la violencia sin concesiones del tsunami. Secuencia de gran fuerza, capaz por si misma de meter al espectador en la acción, sin necesidad de recurrir a unas gafas que nos transmitan la sensación de vernos arrastrados por la fuerza indómita del líquido elemento.
En conclusión, estamos ante una obra maestra que es el término que mejor define a un autor de la categoría de Clint Eastwood, y que sólo podrá ser degustada en toda su plenitud por espectadores amantes del buen cine.